Educa a los niños en felicidad, no en la perfección

Cualquier padre desea lo mejor para sus hijos, pero ¿cómo acertar? A veces es posible caer en las constantes exigencias y olvidar que lo queremos, en definitiva, son niños felices.
Educa a los niños en felicidad, no en la perfección
Valeria Sabater

Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.

Última actualización: 06 julio, 2023

Aquel que educa a los niños en felicidad tiene presente cada día el valor de las sonrisas y las muestras de cariño con los más pequeños. Estos gestos cotidianos van nutriendo, sin duda, el bienestar de los futuros adultos en que los hijos se convertirán.

Sin embargo, se dan casos en que los padres llegan a confundir educación con exigencia, con perfección. Bajo esta óptica, parece que criar a un hijo consiste en pagarle el mejor colegio, que hable tres idiomas y que luzca un aspecto ideal en cualquier momento.

Aunque estas preocupaciones sean comunes en algunas familias, hay cuestiones que al mismo tiempo merece la pena plantearse. ¿Observamos a los chicos alegres? ¿Les vemos animados y haciendo algo que les gusta? ¿Se sienten queridos?

Porque solo si respetamos las particularidades de cada uno y les escuchamos, podremos ofrecerles algo que de verdad es valioso: los momentos de felicidad.

Es así como alimentaremos su corazón para que se conviertan en adultos libres con vidas plenas. Te invitamos a reflexionar sobre ello.

Más que en la perfección, educa a los niños en felicidad

Existe una curiosa historia que ilustra de forma apropiada esta idea:

En Roma existe una tumba del año 94 a. C. que suele llamar la atención de los turistas. En la lápida se lee lo siguiente: “Aquí yace Quintus Sulpicius Maximus, un joven romano que vivió apenas 11 años, cinco meses y 12 días. Falleció días después de participar en una competición de poesía para adultos“.

Se sabe que el pequeño Quintus tenía un talento especial. Era lo que a día de hoy calificaríamos como un niño con altas capacidades. Tanto era así que sus padres le llevaban a todas las competiciones de literatura y arte que había para los mayores.

Se dice que el pequeño murió de un colapso por trabajar tanto y por sufrimiento al no alcanzar las elevadas expectativas de sus progenitores. Este relato se ha empleado con frecuencia en el ámbito de la pedagogía para acuñar el término de ‘síndrome de los padres exigentes’.

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El síndrome de los padres exigentes

Hay quienes sueñan con tener unos hijos hermosos y competentes en varias disciplinas, esas con las que acceder al éxito profesional el día de mañana. No obstante, con este anhelo se obtienen resultados como los siguientes:

  • Orientar a los niños al ‘futuro’ interfiere en la vivencia de lo que es importante para ellos, que es el ‘aquí y ahora‘: la felicidad de ese mismo instante.
  • Si las demandas que se les plantean son excesivas, los hijos pierden la oportunidad de disfrutar de la infancia como merecen.

De hecho, estudios como el realizado por un grupo de investigadores de la Universidad de Valencia aportan interesantes resultados al respecto. Así, estos autores hallan que los estilos de crianza más flexibles predicen un mejor ajuste académico en la adolescencia.

Recordemos, a su vez, cómo la célebre pedagoga María Montessori ya señalaba que el desarrollo de los niños es un impulso hacia la independencia.

Por ello, si los controlamos en exceso, si somos esa figura siempre presente que busca educar en la perfección, seremos un obstáculo para su crecimiento y madurez emocional.

El lenguaje y la actitud de los padres

Existe una preocupación por la excelencia que llega a ser dañina. Se trata de ese afán que acaba vetando los derechos de la infancia y que al final solo trae frustración e infelicidad

Además, en ocasiones ocurre que, sin que los padres lo reclamen, son los propios pequeños quienes se autoexigen de forma desmedida. En ese sentido, es posible que estos hayan observado ciertas expresiones y actitudes en los progenitores.

Es decir, si los hijos tienen modelos que se marcan directrices rígidas, puede ocurrir que también las asuman para ellos mismos. Frases como “He cometido un error en el trabajo. ¡Esto es un desastre!” son ejemplos de tales posturas fatalistas ahogadas por la perfección.

El rol que juegan las expectativas

Imaginemos esta escena: un chiquillo llega muy contento a casa porque ha sacado un notable en matemáticas. Entonces, los padres, en lugar de compartir su alegría, le dicen que esperan un sobresaliente la próxima vez.

¿Qué es lo que se le está transmitiendo al pequeño? ¿Quizás este perciba que los logros que obtiene son insuficientes? Pues es probable que sí. Ahora bien, si lo que queremos es adoptar el rol del que educa a los niños en felicidad, la idea es, desde luego, otra.

Esto es, para favorecer que los hijos aprecien lo que hacen es importante enseñarles el valor del esfuerzo. Eso sí, sin necesidad de subestimar sus avances o de humillarles si no consiguen algo.

  • Un error o un fracaso no es el fin del mundo, sino un modo de aprender y superarse.
  • Dejar que se equivoquen les permite resolver los problemas por sí mismos.
  • Con una posición tolerante y comprensiva favoreceremos una buena autoestima, así como la confianza en el niño.
  • Si un hijo nos cuenta las dudas y los temores que siente es porque está intentando conectar con nosotros.

El éxito del que educa en a los niños en felicidad

Sabemos que si los niños cuentan con una óptima educación, el día de mañana tendrán más oportunidades y podrán crear un mundo mejor. Sin embargo, esto no implica que haya que dejar de lado el valor de enseñarles a ser felices.

Solo así promoveremos que en el futuro sean adultos sanos capaces de transmitir lo mismo que recibieron: alegría, pero no una actitud obstinada por la perfección.


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