Este artículo ha sido verificado y aprobado por el psicólogo Bernardo Peña el 7 abril, 2019
El tener un hijo nos hace madurar de repente y despierta un amor incondicional. No obstante, no hace falta parirlos para saber que lo daríamos todo por ellos.
Si hasta no hace mucho pensabas que eras una persona frágil e insegura, al sostener a los hijos, de pronto, eres consciente de que vas a sacar cada una de tus fortalezas por ese nuevo ser.
Los hijos son un amor sincero e incomparable, porque nada te arranca tantas alegrías como ellos.
Ni nada te motiva tanto en el día a día como compartir tiempo con tus niños.
Eres sus pilares, su castillo de calor, su mundo de emociones y la mano que les enseña el mundo.
Suele decirse que hasta que no criamos a los hijos no sabemos lo que les debemos a nuestros padres.
Y, sin lugar a dudas, es cierto. No obstante, no todas las infancias fueron felices.
De ahí, que debamos tener claro que toda crianza requiere dar lo mejor de nosotros mismos.
Ser fuerte en la vida por los hijos
Hasta no hace mucho eras el sostén de tu propia vida. Los días de tristeza eran momentos en los que podías permitirte apartarte del mundo para reflexionar, para meditar y tomar alguna nueva decisión.
Cuando tienes hijos eres consciente de que las tristezas deben superarse para dar lo mejor de ti.
Para ser más fuerte que nunca y actuar como ese pilar que todo lo sostiene, que todo lo afronta.
Los niños necesitan seguridad en el día a día, y por ello es necesario mostrar equilibrio, madurez y esa fuerza en la que toda criatura puede sentir calma y tranquilidad para crecer con alegría y felicidad.
La vida siempre nos trae complicaciones.
Tenemos claro que no siempre va a ser fácil mostrar ese optimismo, esa luz cálida que los niños necesitan ver en nuestra mirada.
Ellos cambiaron tu vida en cuando llegaron a este mundo. Te obligaron a crecer por dentro y a ser responsable.
Te permitieron entender que tus palabras tienen poder a la hora de educar, que tus caricias eran importantes, que tus abrazos ayudaban día a día a crecer a un niño que temía la oscuridad, que ansiaba compartir tiempo contigo.
Podríamos decir que la crianza de un niño nos obliga también a educarnos a nosotros mismos. Buscamos siempre lo mejor para nuestros hijos, y por ello, medimos nuestros actos y creamos ambientes propicios para que crezcan felices.
Aprendemos de alimentación, de psicología y de medicina. Somos constructores de castillos y diseñadoras de ropa para muñecas…
Somos confidentes, pañuelos de lágrimas, tenemos magia para borrar pesadillas y monstruos de debajo de la cama, y nos convertimos en chefs de los postres favoritos de nuestros hijos.
Los niños crecen cada día, pero también nosotros crecemos con ellos. Porque son nuestra debilidad, porque son nuestro corazón fuera del cuerpo y el aliento de nuestras esperanzas.
Y, aunque no puedas prometerles que estarás con ellos el resto de sus vidas, sí puedes decirles que les querrás el resto de la tuya.
Licenciada en Psicología por la Universidad de Valencia en el año 2004. Máster en Seguridad y Salud en el trabajo en 2005 y Máster en Mental System Management: neurocreatividad, innovación y sexto sentido en el 2016 (Universidad de Valencia). Número de colegiada CV14913. Realizó el curso Nutrición y obesidad: control de sobrepeso, ofrecido por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Estudiante de Antropología Social y Cultural por la UNED.
Valeria Sabater ha trabajado en el área de la psicología social seleccionando y formando personal. A partir del 2008 ejerce como formadora de psicologíae inteligencia emocional en centros de secundaria y ofrece apoyo psicopedagógico a niños con problemas del desarrollo y aprendizaje. Además, es escritora y cuenta con diversos premios literarios.
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